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Número de resultados 7 para domingo de ramos

23/03/2024 - DOMINGO DE RAMOS: ¿A QUÉ JESÚS RECIBIMOS?
 


Mañana iniciaremos la Semana Santa y, siguiendo el ciclo litúrgico B de las lecturas, este Domingo de Ramos leeremos la Pasión según san Marcos.
 
Es un relato que empieza con la curiosa escena de Jesús en Betania, en casa de un tal Simón, apodado el leproso. Llega una mujer a la casa y unge la cabeza de Jesús con un costoso perfume de nardo, provocando la indignación de los que lo contemplan, que se escandalizan y no entienden el significado de su gesto.
 
La mujer ha ungido a Jesús como el Mesías. Y lo ha ungido sabiendo perfectamente quién es, porque lo ha ido a buscar a casa de Simón. Tiene muy claro qué clase de Mesías es el profeta de Nazaret: un Mesías que se hospeda en casa de un hombre conocido como el leproso: es decir, el impuro, el marginado, el olvidado, el rechazado. El representante de todos los excluidos de entonces, de hoy y de siempre.
 
Esta escena, y la disputa entre la mujer y los que no comprenden su gesto (son los propios discípulos de Jesús: ¿quién, sino ellos, estaría en Betania con él?) nos prepara para la celebración del Domingo de Ramos. Cuando mañana celebremos a Jesús entrando en Jerusalén, y lo recibamos con nuestras palmas, nos tendríamos que preguntar a qué Jesús estamos recibiendo. Cuando le demos la bienvenida, y le digamos que queremos acogerlo en nuestra ciudad, en nuestras casas, en nuestro mundo, en nuestras vidas… ¿a qué Jesús se lo diremos?
 
Porque podríamos estar acogiendo al mismo Jesús que vitorearon las multitudes, que proyectaron en él sus deseos de poder y de protagonismo. Entonces estaríamos participando del gran malentendido del Domingo de Ramos: las multitudes aplaudieron a un Mesías triunfador, destinado a conquistar el poder mediante el uso de la fuerza, que no tenía nada que ver con lo que Jesús representaba. O podríamos estar recibiendo al Jesús que se hospedó en casa de Simón el leproso, el Mesías del servicio que se puso al lado de los marginados, proclamando que eran los preferidos de Dios y que, por ello, terminó en la cruz: el Mesías de los pobres, ungido como tal por aquella mujer, en Betania.
 
Si el Domingo de Ramos no acogemos a este Jesús sencillo, tomando distancia respecto al frenesí de las multitudes (que raramente captan las sutilezas del amor de Dios), no entenderemos nada de lo que viene a continuación: ni el lavatorio de los pies del Jueves, ni la entrega amorosa del Viernes en la cruz, ni en qué consiste la Nueva Vida del Domingo.


 

02/04/2023 - DOMINGO DE RAMOS: LAS PREGUNTAS QUE NOS DEJAN LAS PALMAS



La celebración de hoy, Domingo de Ramos, tiene un carácter paradójico. Para dar inicio a la Semana Santa nos reunimos en un espacio abierto, fuera de la iglesia, y bendecimos palmas y ramos recordando la muchedumbre que recibió a Jesús cuando él decidió entrar en Jerusalén montado en un burrito. Es un momento festivo. Y, sin embargo, hay algo turbio y oscuro en estas palmas, en estos ramos: identifican a la multitud que, si bien aquel día acogió al profeta de Nazaret con entusiasmo, pocos días después contribuyó a su perdición, al dejarse manipular por las autoridades para que pidiera a gritos la condena de Jesús (como nos recuerda hoy mismo, durante la Eucaristía, la lectura de la Pasión).
 
El Domingo de Ramos pone sobre la mesa, por lo tanto, una cuestión muy seria: que la adhesión al proyecto y a la persona de Jesús siempre serán, al final, opciones profundamente personales. No se puede ser cristiano por ósmosis, porque lo es la persona que tengo al lado, o porque nací en una sociedad donde lo habitual era serlo. Formar parte de una muchedumbre que aclama al Señor no garantiza en absoluto que yo haya asimilado, realmente, lo que significa el evangelio. Cantar cantos de alabanza a Jesús en un estadio repleto de gente donde se está celebrando una misa multitudinaria tampoco. Pueden ser experiencias estimulantes y hermosas, pero no pueden reemplazar, jamás, una vivencia mucho más personal y comprometida de la fe.
 
De hecho, algo que subraya precisamente la fiesta del Domingo de Ramos es el peligro que implican las muchedumbres, que es el peligro de dejar de pensar por uno mismo y de dejarse arrastrar por el sentir de una mayoría enfervorecida, ya sea a favor o en contra de algo, o de alguien. Aldous Huxley, el famoso autor de Un mundo feliz, meditó a lo largo de toda su obra sobre estos asuntos. En Los demonios de Loudun (un libro suyo menos conocido, pero no menos extraordinario) afirma: «Formar parte de una multitud es el mejor antídoto que existe en contra del pensamiento independiente».
 
Hoy bendecimos palmas y las agitamos al aire aclamando a Jesús. Pero es bueno recordar que en ellas no todo es fiesta y jolgorio. En ellas también hay preguntas. De haber estado yo en Jerusalén aquellos días, ¿qué hubiese hecho cuando, después de aclamar al Mesías, lo viera preso en manos de las autoridades? ¿Hubiese sumado mi voz a los que pedían su muerte? ¿O hubiese intercedido por él, como la mujer de Pilato, o le habría ayudado a llevar la cruz, como Simón de Cirene? ¿Sigo a Jesús como parte de una muchedumbre (volátil, de opinión cambiante) o como resultado de un convencimiento propio, madurado y meditado en mi interior?


 

10/04/2022 - DOMINGO DE RAMOS: LA MULTITUD Y LA MUJER ADÚLTERA
 


En la ya clásica película Gladiator, en una escena, uno de los personajes aconseja al gladiador, acostumbrado a ganar sangrientas luchas con suma rapidez y facilidad: “No basta con ganar: el público quiere espectáculo. Gánate al público y obtendrás la libertad.” 

Esto es lo que, en buena medida, recordamos de forma trágica y dramática hoy, en la fiesta del Domingo de Ramos. Quien controla las masas (en este caso las jerarquías religiosas) tiene el poder.

Qué diferencia entre las multitudes que cantan ¡Hosana, hosana! y las masas que gritan ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!

El domingo pasado leíamos la historia de la mujer adúltera, y en ella se refleja cuál es en realidad la voluntad de Jesús: no perderse dentro de una masa sin asumir nuestra responsabilidad, ser capaces de pensar como individuos para discernir nuestras acciones con humildad compasión y tolerancia. Los peores abusos y pecados suelen cometerse en nombre de colectivos o grupos: desigualdad, pobreza, injusticia, racismo, exclusión, intolerancia, corrupción… son, la mayoría de las veces, llevados a cabo por masas inmersas en estructuras de pecado. ¡Qué fácil es caer en dinámicas de abuso e intimidación casi sin darnos cuenta, cuando somos parte de una multitud no pensante y a menudo injusta!  

Es fundamental recordar las palabras de Jesús al grupo de hombres que querían apedrear a la mujer adúltera: “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.” Ojalá que en las multitudes de Jerusalén, cada persona hubiera asumido su propia responsabilidad, y se hubieran dado cuenta de que lo que estaba sucediendo no era tanto un juicio, o una acción legal, contra Jesús… sino un linchamiento hacia una persona que molestaba porque era un líder que ni los poderes políticos ni los religiosos podían controlar.

No nos convirtamos en multitudes que abusan de los vulnerables (ya sean inmigrantes, pobres, refugiados, minorías), culpándolos de nuestras desgracias para poder tranquilizar nuestras conciencias. En su linchamiento y pasión, Jesús, en manos de una masa enardecida, fue un chivo expiatorio, para aquellos que querían ganarse a las multitudes. Irónicamente, también se convirtió en la víctima inocente que expía el pecado del mundo.


(Foto: El autor, celebrando Domingo de Ramos en Sabana Yegua, República Dominicana).




 

05/04/2020 - SOBRE EL DOMINGO DE RAMOS, LAS MULTITUDES, LA IGNORANCIA CULPABLE Y (POR SUPUESTO) EL CORONAVIRUS

Uno de los grandes protagonistas de la fiesta del Domingo de Ramos es la multitud, las multitudes. No sabemos si eran dos multitudes distintas, unas que gritaban Hosana, y otra que gritaba Crucifícalo; el caso es que las multitudes son, por un lado, manipulables, como comprobamos en los casos de regímenes populistas que les dan pan y circo, acallando su voz crítica, sometiendo su voluntad. Y, por otro lado, las multitudes tienen una gran influencia en el desarrollo de una sociedad, como en el caso de las revoluciones populares.

Hoy, cualquier referencia a las multitudes tiene que ver obligadamente con la pandemia del coronavirus. En este caso, lo que haga la “multitud” puede determinar el desarrollo (o no), de una enfermedad mortal. Y es importante darse cuenta de que las acciones de la multitud dependen de cada uno de nosotros como individuos. Para ello es indispensable que cada uno de nosotros actuemos con responsabilidad.  

Uno de los grandes manipuladores de multitudes es la desinformación. Vivimos en la época en la que es fácil sentirse abrumados y deprimidos por la cantidad de información que nos llega, hasta el punto de que uno no puede distinguir ya qué noticias son fiables, y cuáles no. 

Recibimos información sobre remedios caseros para la cura del virus, o sobre la fiebre del papel higiénico, o sobre explicaciones de tipo político o argumentos religiosos sobre el fin del mundo. Todo se mezcla en este enjambre de información. Podemos culpar, seguramente con razón, a los intereses particulares de los medios de comunicación, pero eso no significa que estemos exentos de nuestra responsabilidad de estar bien informados. Tradicionalmente se distingue entre la ignorancia inevitable que emana de nuestras propias limitaciones personales, y la ignorancia culpable, aquella por la cual nos conviene no saber y dejarnos llevar por la multitud. En estos días tendríamos que luchar contra ésta última de la misma manera que tan tenazmente estamos luchando contra el coronavirus.

 

14/04/2019 - EL DIFÍCIL SILENCIO DE JESÚS


 

Hoy, Domingo de Ramos, leemos la pasión de Jesús y, como sucede también en el Viernes Santo, al escuchar el relato nos invaden la congoja y la tristeza, incluso la rabia. Se nos puede hacer difícil el silencio de Jesús; lo podríamos interpretar como rendición, como aceptación fatalista del destino, pues ¿cómo es que no logra contestar ni a Herodes ni a Pilato? Es cierto que sí responde a Pilato, pero podríamos considerar que su réplica son cosas vagas como eso de que su reino no es de este mundo y cosas que, por supuesto, Pilato no entiende. Incluso podríamos pensar −con razón o sin− que el gobernador estaba más que dispuesto a ayudarlo. Ciertamente lo de Jesús en el pretorio era un juicio en toda regla, y él renuncia a su derecho más fundamental: defenderse.  Asimismo podríamos preguntarnos por qué no respondió a Pilato con alguna frase ingeniosa que desarmara a sus oponentes (no sería la primera vez); o por qué no hizo un buen discurso para enervar a las masas o incluso atrevernos a imaginar por qué no hizo allí mismo algún milagro espectacular tal como antaño Yahvé tenía acostumbrado al pueblo de Israel.
 
Se nos hace difícil aceptar que, al contrario, “como cordero fue llevado al matadero” (Is. 53,7). Después, analizando, uno se da cuenta de que quizás ese silencio era el único discurso posible. Porque las estrategias de poder, las dinámicas y las espirales de envidias, venganzas y odios, solo se pueden romper con el silencio, y acaso con la muerte (que no siempre tiene que ser física). Cualquier otra cosa sería parecida a la carrera armamentista de la guerra fría, que era un poco “a ver quién puede más”. Cualquier acción de Jesús lo hubiera puesto a la par con los intríngulis de poder de Pilato, Herodes y compañía. La única forma de iniciar la desescalada era convertirse en un cordero llevado mansamente al matadero.
 
Dijo Martin Luther King Junior que el odio no puede expulsar al odio. Con violencia no se erradica la violencia, ni las ansias de poder se neutralizan queriendo ocupar más espacios de poder. Nos queda pues ser testimonios definitivos de generosidad y de amor, demostrar que no nos importan las grandes o pequeñas parcelas de poder. Que tanto nos da no aparecer en la foto, que no pasa nada si no obtenemos ningún reconocimiento por nuestras acciones. Es una derrota sin paliativos, pero que tiene más influencia y sentido que cualquier victoria que se mueva, aunque sea tenuemente, en los parámetros del poder. Quizás solo lo consigamos plenamente en el cielo, pero eso no quita que ya, desde ahora, vayamos avanzando hacía esa dirección, hacia esa nueva Pascua que está ya cerca.
 
Seguramente Jesús, durante su pasión, deseaba hablar. Deseaba decirle algo a Pilato y a Herodes, ni que fuera para defender a los suyos. Pero si iniciaba la réplica, entraba en el su propio juego. Al final resultó que ese silencio tan difícil de entender fue, al cabo de tres días, su mayor discurso y su mayor milagro.


 

10/04/2017 - DOMINGO DE RAMOS: DEL MIEDO A LA LIBERTAD
Hoy, con la celebración de Domingo de Ramos, damos inicio a la Semana Mayor en un tono festivo que seguirá el jueves, se tornará sobrio y angustiante el viernes con la muerte en cruz de Jesús para finalmente regresar al gozo con la Resurrección el sábado por la noche. Una de las cosas que llama la atención en la liturgia del Domingo de Ramos es que en un intervalo de pocos minutos leemos el pasaje de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y el de la Pasión; así, en esos pocos minutos experimentamos sentimientos bien distintos, pasando del júbilo a la máxima tristeza.
 
Lo primero que salta a la vista es el contraste que existe entre los partidarios y seguidores de Jesús, que cuando él entra en Jerusalén cantan hosannas al hijo de David, y la multitud de acusadores que a los pocos días vociferan «¡Crucifícalo!» ante Pilato. Es difícil comprender cómo los mismos que gritan exultantes ante la entrada del libertador, pocos días más tarde quieran deshacerse de él (a cambio de liberar a un delincuente). Por lo tanto, podríamos concluir que las dos multitudes deben ser dos grupos diferentes −ambos tocados, a su manera, por el miedo; pero diferentes al fin–: el grupo que entra triunfante con Jesús a la ciudad santa lo vitorea porque están hartos de la invasión romana, y ven en Jesús al Mesías, al “hijo de David” liberador que, piensan, pondrá fin a la situación de opresión política que vive el pueblo. Este grupo supera momentáneamente el miedo a levantar la voz empujado por la esperanza de ser liberado y se llena de euforia, aunque solo sea por un instante, durante la entrada triunfal. Sin embargo, el viernes, en pleno juicio de aquel que aclamaron, el miedo los vuelve a paralizar, no los deja actuar y no se atreven a oponerse a la ejecución del que pensaron que iba a ser su liberador. Se quedan callados ante los gritos de la otra multitud, la que pide la crucifixión del Nazareno. Este segundo grupo aparece como una multitud manipulada por las autoridades, que pide la muerte de Jesús y la liberación de Barrabás. A estos los domina el miedo a que haya represalias por parte de los romanos ante la escandalosa entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y lo que ella pueda significar y desencadenar.
 
Las masas son manipuladas con facilidad, y la mejor arma para lograr su manipulación es el miedo. En 2016 se dieron varios acontecimientos sociopolíticos de gran importancia: el triunfo del “Brexit” en el Reino Unido; el triunfo del “No” en el referéndum por la paz en Colombia; y el triunfo electoral de Donald Trump en los Estados Unidos. Sin entrar a profundizar en cada uno de ellos, sí parece cierto que en todos estos acontecimientos el miedo jugó un papel importante en muchos de los que votaron. Algunos tomaron decisiones con la esperanza de protegerse, asustados ante la perspectiva (real o imaginaria) de que sus intereses estaban o están gravemente amenazados, y otros callaron.
 
En esta Semana Santa que empezamos hoy, una buena práctica sería la de ahuyentar todos nuestros miedos, de manera que no seamos masa que se deja manipular para el bien de unos pocos, sino que seamos individuos capaces de actuar con plena libertad. Esa libertad que ejerció Jesús, humildemente, entregando su vida en la cruz por amor, liberándonos de la necesidad de tener miedo. Es la libertad que debería distinguir a sus seguidores, a los que creemos en él. Ojalá que en nuestras vidas no nos guie el miedo, que siempre divide y que a menudo acaba llevando a inocentes a la muerte, sino el amor, que une y que nos da vida.


 

20/03/2016 - DOMINGO DE RAMOS: EL FRACASO DE LA NO-VIOLENCIA, UN RETO PARA HOY
Martí Colom

Con la fiesta del Domingo de Ramos damos hoy inicio a las celebraciones de Semana Santa. Conocemos de sobra la historia y su desenlace, y sin embargo, la fuerza de los textos y de las diversas liturgias de estos días nos llevará un año más a vivir una sucesión de sentimientos intensos y a menudo contradictorios, un auténtico tobogán emocional, sobre todo durante el Triduo Pascual: de la calidez entrañable que transmite la imagen del grupo de hermanos reunidos festivamente el jueves por la noche al respeto impresionante que nos causa contemplar, al final de aquella cena, el gesto sencillo y a la vez potente de Jesús, arrodillado, lavando los pies de sus discípulos; de la angustia que experimentamos al ver su soledad en Getsemaní a la frustración que provoca su arresto; del dolor causado por la fractura de lealtad entre maestro y discípulos (“todos lo abandonaron”, nos dirá el evangelista) a la indignación por el cinismo y la mezquindad de sus acusadores; de la tristeza por su ejecución atroz a la euforia de una resurrección que da sentido a toda la trama cuando ésta ya parecía irreversiblemente concluida. Las liturgias nos recordarán que nuestra fe no es un frío ejercicio intelectual, sino que más bien empieza con el estremecimiento que deja en nosotros este relato formidable, a partir del cual, entonces, elaboramos nuestra reflexión teológica.
 
Pues bien, la aventura empieza hoy con la entrada de Jesús a Jerusalén, un episodio que ya anticipa los profundos desencuentros que precipitarán el desenlace final: el galileo es recibido en la capital por una muchedumbre entusiasta, el aire de la ciudad se llena de palmas, ramas de olivo y cantos de alegría; y sin embargo, intuimos que muy pocos captan el mensaje que él quiere comunicar entrando a lomos de un borrico. Él, que quiere ser un sencillo mensajero de paz, es recibido como un caudillo. A los pocos días, los mismos que proferían vítores pedirán su muerte en la cruz. Semana Santa comienza, en definitiva, con la narración del fracaso de la no violencia. Porque este es exactamente el significado de la decisión de Jesús de entrar en la ciudad montado en un manso pollino. El animal, que es una alusión a la profecía de Zacarías[1], constituye una declaración de principios por parte del maestro: él sí es el Mesías, pues realmente se sabe ungido, empapado y traspasado por el espíritu de Dios, pero (precisamente por eso) el suyo es un mesianismo no violento, inspirado en Isaías («ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba»[2]) y cimentado en su experiencia vital. Al fin y al cabo, Jesús ha invitado a sus seguidores a amar al enemigo y a rechazar la venganza («al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra»[3]).
 
La pasión narra el espectacular fracaso de este mesianismo: en pocos días, cuando los que lo recibieron con júbilo comprendan plenamente, al verle arrestado e indefenso, el significado de su entrada a lomos del pollino (o acaso capten que la propuesta no violenta iba en serio), declararán su repudio y desinterés por él: la no violencia será vencida por la brutalidad y la última lección de Jesús al pueblo de Jerusalén caerá en saco roto.

¿Qué enseñanzas nos deja este drama?

En primer lugar hay que señalar, naturalmente, que el verdadero fracaso de Jesús hubiese sido ceder a la tentación del poder y de su inevitable servidora, la violencia, y traicionar así toda su vida y misión: en este sentido, en el plano de la coherencia personal, él no fracasa, sino todo lo contrario.

En segundo lugar, en el plano de las ideas y los principios, cuyo acierto y valor solamente el tiempo va confirmando o negando, Jesús es ejemplar al proponer un camino, el de la no violencia, que hoy, dos milenios más tarde, encuentra eco en mucha gente (cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes), que lo avala como el camino más noble, maduro, constructivo, sensato y audaz de cuantos caminos pueda andar la persona humana.

Y sin embargo no deberíamos ser ingenuos ni estar exageradamente orgullosos de nuestro tiempo presente: ninguna de las dos puntualizaciones anteriores puede velar el hecho inequívoco de que Jesús fracasó estrepitosamente en su intento de convencer al pueblo de los valores de la no violencia. Y aquí lo más importante es admitir que, muy posiblemente, hoy volvería a fracasar: se impone el realismo de aceptar que, hoy como entonces (a pesar de la defensa de la paz que, como decíamos, muchos respaldan) la no violencia dista mucho de ser aceptada por la mayoría como la mejor vía para resolver nuestros conflictos.


Es más, no deja de ser asombroso constatar que vivimos en tiempos propicios para el populismo, y no sólo en los castigados países del sur. Vemos como líderes políticos portadores de mensajes simples e incendiarios, impregnados de violencia apenas disimulada (o ni eso) hacia los que no piensan como ellos o, sencillamente, son distintos (inmigrantes, refugiados, extranjeros…), recogen apoyo, aplausos y votos en democracias consolidadas de países desarrollados, tanto en Europa como en América. Hoy, los profetas de la no violencia tampoco lo tienen fácil.

Esta reflexión, a las puertas de Semana Santa, no quiere ser pesimista ni desalentadora: se trata simplemente de reconocer que aquella no violencia que Jesús no logró hacer atractiva para los hombres y mujeres de Jerusalén sigue hoy necesitada de partidarios y amigos. El fracaso del Mesías montado en el pollino se nos presenta como un reto y una invitación a seguir anunciando, como buenamente podamos, y sin cansarnos, la paz —esa paz que tantas veces se nos escapa, esa paz que únicamente conquistaremos desde el perdón, la tolerancia y el rechazo radical a toda forma de violencia.

 

[1] «Exulta sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén! Que viene a ti tu rey: justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en una cría de asna» (Zac 9,9).
[2] Is 50,6.
[3] Lc 6,29.

 

 

 


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